Mi estancia aquí en la tierra no me la explico sin libros. Como tampoco
me la explicaba sin fútbol mientras estaba en activo. A los unos y al otro he
dedicado casi toda mi vida hasta el momento. La apertura de la biblioteca de mi
pueblo, La Palma del Condado, fue crucial porque me mostró que la abundancia de
libros en un mismo espacio era factible. Tuvo el encanto de una revelación
aritmética. Un contraste emocionante porque en mi casa solo había una
enciclopedia Larousse, Guerra y paz incompleto, libros de higiene corporal, un
tocho titulado más o menos Un niño va a nacer y tres o cuatros tomos sobre
mecánica. Muy poco más. Es decir, nada. Como era aún casi un niño aquel
impacto, como decía, fue solo visual, pues mis intereses del momento no pasaban
de Astérix. Pero quiero creer que allí en la sala de lectura, al lado de una
ventana que daba a Ronda de los Legionarios, mientras oía los motores de los
camiones Pegaso que por allí cruzaban, concebí la ilusión de tener algún día
algo parecido a una biblioteca, uno de los lugares más queridos por mí.
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